sábado, 1 de agosto de 2015

así como digo una cosa, digo otra... (jugando con su gíglico)

Apenas él le repasaba con la palma de su mano el pezón, a ella se le agolpaba el ritmo y caían en húmedas tempestades, en salvajes espasmos, en agonías exasperantes. Cada vez que él procuraba peinar sus bosques de vello, se enredaba en tal vaivén quejumbroso que tenía que posarse de cara a ese denso terciopelo, sintiendo cómo poco a poco esas selvas se espesaban, se iban apelmazando, escurriendo, y así  poder quedar tendido como el suelo de tierra al que se la han dejado caer gotas de huracán. Apenas se empiernaban, algo como un corto circuito los embestía, los extraviaba y paralizaba, de pronto era un tifón, la estruendosa marea que convulsiona, la centelleante orquesta del infierno, los esperpentos del orgasmo en una tiránica y olímpica ola. Clemencia! Clemencia! Arrastrados hasta la cima del universo, se sentían fluorescentes, libélulas, aguamar. Temblaba el cielo y se vencían las bóvedas y todo se disolvía en un profundo vórtice, en cascadas de flujo, inundando sábanas, en caricias casi crueles que los arrinconaba hasta el límite de las lujurias… 

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